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Daniel Muchiut

 

Daniel Muchiut

La Casa

14 al 31 de Marzo de 2009
 

Acercarse a la obra de Daniel Muchiut no es una tarea fácil. No nos espera la complaciente sensualidad de la estética: ni la etérea belleza de la naturaleza ni la voluptuosidad  de los cuerpos desnudos .  Su obra es vigorosa, profunda y cruda. Y aunque desnude la realidad con brutal mesura muchas veces dolorosa, su obra no denuncia:  advierte.

No es  fotografía de militante ni de reportero. No es dudosa propaganda ni crónica severa.

Con una poco habitual honestidad intelectual Muchiut nos cuenta historias de pobreza y desamparo, de marginalidad,  de discriminación sin dudas;  sus personajes son reales, de carne y hueso, tan cercanos y tan lejanos a la vez. Hombres llanos, hombres sin nombres pero con destino de irrefutable trascendencia. Como en el poema borgeano,  “un hombre trabajado por el tiempo, un hombre que ni siquiera espera la muerte…”

 

En esta nueva serie Muchiut apela con igual eficacia y profundidad al sentimiento y la nostalgia.

Sin condescendencia ni golpes bajos nos introduce en esta casa – La Casa – que, como en un lento  déjà vu,  recorremos paso a paso.

Nos sumergimos con insospechada añoranza en el mundo de los recuerdos;  nos asomamos a los muebles heredados con las marcas del tiempo en su pintura desgastada;  a las viejas fotografias familiares; a los souvenirs ( que hoy sin duda instalaríamos en el campo del kitsch);  a aquellos  “…perfumes, colores y sonidos en que reconocemos un instante del mundo…”  al decir de su entrañable Olga Orozco.

Debemos reconocerlo: la calidad de las imágenes, su tangible apariencia, su estructura espacial,  hacen que nos sintamos un poco intrusos en ese universo tan intimo y personal. Pasamos de una fotografía a la siguiente con la extraña  sensación de quien espía por el ojo de la cerradura: un poco con el goce del voyeur, un poco con la timidez del culpable…

Mientras un tango suena triste y lejano, una postal nos desorienta: está en el cuadro, está fuera de él. El artista juega con nuestro infantil desconcierto: con ese breve gesto nos incluye en la toma, nos hace partícipes necesarios de la escena, actores, ya no espectadores.

Y entonces nos damos cuenta de que sin saberlo ya formamos parte de su propio y vital universo…

Roberto Amena