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Daniel Muchiut

webLa vida de Oscar / Mirada retrospectiva

Daniel Muchiut

 

22 de Octubre al 5 de Noviembre de 2016

 

Pocas veces nos enfrentamos a una trayectoria artística de inmutable coherencia como la de Daniel Muchiut. Desde las primeras producciones fotográficas a sus veinte años ( Hombres de barro, 1989 ) donde retrata con crudeza y sin ambages la realidad del trabajo en los hornos de ladrillos, hasta hoy, ya reconocido artista en sus casi cincuenta, abordó con técnica notable muchos de los temas que lo preocuparan a lo largo de su vida. La soledad, la vejez, la pobreza, el abandono, cruzan su obra en toda su extensión. La suya no es una obra artística fácil de digerir, tampoco asume una actitud panfletaria de denuncia. Simplemente (nos) presenta el mundo que ve a través de su lente inquisitoria. Las imágenes, de una gran belleza compositiva y un impecable manejo de luces y sombras, golpean al espectador donde más le duele, hunde el dedo en la llaga social, lo provoca, lo intima no solo a ver o a reconocer un drama sino a actuar, a comprometerse con esa realidad.

Es posible que sea esa la razón por la que, paradójicamente, Muchiut sea reconocido en muchos ámbitos por su obra más poética. Y en ese sentido, las que integran las series Vida de perros y Las flores del mal seguramente son sus imágenes más difundidas. Sin embargo, esa misma poética visual se advierte en todo su trabajo: en la desesperanza de Los hijos de la tierra, en la tristeza otoñal de El geriátrico o en las crudas imágenes de El matador.

En La vida de Oscar, que hoy nos presenta como una mirada retrospectiva, Muchiut pone en juego todo su andamiaje técnico y estético. Superándose a sí mismo, compone un extraordinario relato visual donde hombre y bestia son protagonistas de un mismo espacio onírico, un juego gestáltico donde la interacción deviene en transformación.

Roberto Amena

 

«Hay golpes en la vida tan fuertes… Golpes como del odio de Dios; como sí ante ellos la resaca de todo lo sufrido se empozara en el alma»

César Vallejo

Entre otras razones, el arte existe para dar cuenta de lo que pretendemos ignorar. El artista toma nota de aquello que fingimos no ver, de aquello que de a poco vamos dejando al costado de nuestras comodidades. Y entonces aparece lo invisible. Y muchas veces de manera directa, como en el caso de las fotografías de Daniel Muchiut. En su obra no hay eufemismos. Tal vez porque tampoco los hay en su postura estética. Entre él y esa realidad que golpea y a la que nos enfrenta en un duro ejerci­cio de espejos distorsionados, no hay una línea divisoria. No se coloca «en frente de» con su ojo inquisitivo. Se ubica en el interior mismo de la escena y se mimetiza con ella. En sus fotografías Muchiut retrata el dolor, el olvido, la soledad. Y en la muestra que en esta oportu­nidad presenta el Museo de Arte Contemporáneo Raúl Lozza ese dolor tiene nombre propio. «La vida de Oscar» es el registro de una existencia. Oscar no solo vive en algún lugar de este mundo. Oscar existe. Y existe porque Muchiut, en su trabajo de fotógrafo-antropólogo, lo hace visible y le otorga la entidad de la que ha sido despojado. Oscar es él y su circunstancia de hombre solo, de hombre desplazado, de hombre desamparado. El artista hurga en ese rostro en el que el tiempo inscribió mar­cas profundas y en él es capaz de inventariar una historia a través de los años, pero no solo como un ensayo artístico en medio de búsquedas estéticas, sino como un compromiso de vida inevitable, porque para Muchiut no hay poses, no hay imperativos. El arte no «debe ser» compromiso: es compromiso. Se siente éticamente interpelado y obligado a mostrarnos eso que está ahí, eso a lo que no queremos ponerle nombre. En «La vida de Oscar» no hay representación sino mimesis en el sentido más filosófi­co y literal del término. El seguimiento que el artista hace de la vida de Oscar, cámara al hombro, es a la par, lo que le permite un registro naturalista de «esa resaca que se empoza en alma». Daniel Muchiut nos habla de los golpes fuertes de la vida. Y como en las palabras de Vallejo, hay una extraordinaria belleza en lo trágico.

Marcela Scelza