«a la sombra de los pinos imaginarios»
Miguel Ronsino
10 de Noviembre al 20 de Diciembre de 2012
«Quebrar o galho», expresión de uso muy corriente en el Brasil, se interpreta como resolver o sortear una dificultad, desatendiendo o violando la ley que rige el asunto; es una metáfora que parte de la botánica y que literalmente se traduce a nuestra lengua como «quebrar el gajo». La expresión nos envía a una fronda tupida adonde para poder internarnos debemos ir rompiendo el follaje que impide avanzar. Frente a los cuadros enormes de Miguel Ronsino -que hacían parecer su taller aún más pequeño de lo que es- vino de inmediato a mi mente el recuerdo de aquella expresión, pues mirando estas obras frondosas pensé en que en ellas son muchos los gajos que hay que romper para poder penetrarlas.
La potencia de los abigarrados planteos del artista resultan de una materia directa incontenible, que Ronsino no quiere o no puede regular. El cuadro resulta entonces un territorio propicio que recibe y acumula las innumerables acciones gestuales que se descargan en la superficie como una ambigua oscilación entre materia y representación. O dicho de otro modo, la materia no es minimizada sino que tiene el mismo protagonismo que la representación.
Es necesario tener en cuenta que el término «materia directa» apenas deja entrever lo que verdaderamente significa; ante todo, propone una aventura colmada de encuentros inesperados, pues el artista trabaja con mínimos esquemas móviles y formas que se reiteran obsesivamente, que solo le permiten atisbos de cómo será la obra terminada de la que tan solo conoce un germen; de presentimiento en presentimiento, asiste al diálogo intenso y dinámico entre su mano, su mirada y la materia que irá configurando la imagen buscada. Nada de estos «paisajes» (y lo pongo entre comillas) nos recuerda la belleza, el equilibrio y la suavidad de laderas ondulantes, que tantas
veces han celebrado los artistas del paisaje como evocación del Paraíso Perdido. En esos inquietantes «paraísos» de Ronsino nos encontramos con una topografía delirante surgida de su imaginación, donde nada tiene el privilegio de ser centro pues el argumento se disemina por la superficie en todas las direcciones presentando imágenes que nos hacen participar del sentimiento de lo «ominoso» (la experiencia donde lo familiar se vuelve extraño y a veces peligroso) expandiendo el significado de los contenidos. Llenas de contrastes violentos de color, a veces haciendo contrapunto con gamas inesperadas, sus pinturas ponen en obra visiones alucinadas de quien perdido en su propia maraña, llena de luz y sombras, avanza quebrando el ramaje, internándose en una naturaleza que aparece como irreductible a las leyes de la razón, pues no se trata de visiones reales sino de paisajes lleno de símbolos; una singular puesta actual que a veces nos recuerda los fantásticos paisajes de la Edad Media.
En las obras de Ronsino, solo por algunos huecos que hay que encontrar en los siempre densos primeros planos, podemos llegar a respirar espacios que permiten reconocer transfiguraciones y metamorfosis – que haciéndose y deshaciéndose como la propia materia pictórica- se imponen como sorpresivos trayectos que conducen a figuras fantasmales, resultado de hibridaciones alquímicas como cifras «animistas» de sus visiones. Cada fragmento se funde o vive a expensas del que está al lado, muchas veces bajo las obsesivas miradas de exóticos pájaros cuyos ojos redondos y fríos están fijos e inmutables en la pura contingencia del paisaje.
Raúl Santana.
Buenos Aires, julio de 2012