Martin Saldivia
Aquellos locos bajitos…
3 al 25 de Septiembre de 2005 Donde quiera que vaya, equipo al hombro, la lente de mi cámara fija tenazmente su objetivo en la inocencia, la pureza o la frustración de los niños y asi captura imágenes que conforman un modo especial de conocer nuestro tiempo: Puedo verlos en el microcentro porteño desarrollando las mil y una habilidades para conseguir, entre suspiros y caras de resignación, algunas monedas «…niño de nadie, que buscándose la vida, desluce la avenida y le da mala fama a la ciudad…»; en Uyuni -Bolivia- donde no pueden creer que otros chicos accedan a beber un poco de agua fresca con solo abrir una canilla, en Humahuaca, trocando coplas por limosna, o en Potosí exigiendo algunos bolivianos a cambio de posar en la composición que ellos mismos propusieron.Hay momentos en los que la foto es solo una excusa para generar un acercamiento, como sucedió en un galpón tomado del conurbano bonaerense donde una veintena de chicos se da el gusto dos veces al dia de tomar mate cocido con leche y jugar un rato. Estos encuentros me permiten descansar la mirada en situaciones que de otro modo quizas no habría advertido. Asi como cuando de grandes regresamos a lugares u objetos conocidos en la infancia, y estos inexorablemente se ven mas pequeños, el mismo juego de dimensiones se vislumbra en la mirada de los niños.
El horizonte puede encontrarse lejano pero claro, o mas próximo y oscuro, teniendo presente que el detrimento físico, emocional e intelectual que supone la pobreza para la infancia puede dar como resultado toda una vida de sufrimiento y escasez; en un continente en el que -como señala Eduardo Galeano- la mitad de los niños son pobres y la mitad de los pobres son niños.
En ese contexto, la efectiva adopción de una cultura de los derechos es una empresa de gran envergadura, que forma parte de la finalidad ética trazada por la Convención de los Derechos del Niño, pero que también puede constituir una opción personal como señalara Tejada Gómez: «Importan dos maneras de concebir el mundo: una, salvarse solo, arrojar ciegamente los demás de la balsa, y la otra, un destino de salvarse con todos, comprometer la vida hasta el último náufrago, no dormir esta noche si hay un niño en la calle…»