Estela Pereda
Profesión: sus labores
12 al 27 de Abril de 2008 Con esta serie que llamé “profesión: sus labores” he sustraíso al tiempo fragmentos de existencia, de la existencia de mi infancia, de la existencia de mi madre y de mi abuela. Me limité a recoger todo eso que ellas guardaban con prolijidad en cajones y roperos: cintas, flores, espejos, tules, encajes, marcos de fotos, dedales, campanitas, anteojos, puntillas. La vida se dispersa en el fluir del tiempo y solamente permanecen pequeñas gotas de memoria: los objetos que he procurado rescatar del olvido.Crecí entre múltiples y variados trabajos artesanales: en mi casa se tejían alfombras, se teñían géneros, se tapizaban sillones y pisos con telas diversas, se hacían sombreros, juguetes y muñecas de paño lenci, se cocían colchas uniendo pequeños fragmentos de lino y algodones, se lijaban muebles para quitarles el lustre, se pintaba el techo del comedor con volutas de hojas y manzanas, se decoraba el piso de linóleum con motivos florales, se repujaban láminas de estaño o de bronce, se elaboraba la manteca girando la manija de una máquina casera y en la cocina colgaba la cuajada dentro de una bolsa de lino blanco para que drenara el suero.
En mi casa se vivía el trabajo como un valor esencial, estaba prohibido aburrirse. Ni mi madre, ni mi abuela podían escuchar esa palabra sin inventar de inmediato algún trabajo para que el aburrido encontrara divertimento. De niña terminaba siempre empuñando un pincel, una espátula, una aguja, un crochet, una tijera o una gubia. La sociedad de consumo no existiría si de mi familia hubiese dependido. Siempre era mejor lo que se fabricaba en casa que lo comprado.
En algunos países de lengua hispana, en formularios oficiales y documentos de identidad, para referirse a las tareas de la mujer se utilizó la fórmula “profesión: sus labores” además de “ama de casa”. Era una manera de colocar a la mujer en espacios domésticos a veces enriquecidos de fatuos valores donde nunca se hablaba del trabajo como una realización personal.
Creo que mi abuela y mi madre lograron escapar de los cánones impuestos por la sociedad de ese momento ya que ambas volcaron esa actividad desmesurada que les era propia, en tareas que trascendieron los límites del hogar. Mi abuela trabajó con la comunidad rural a la cual pertenecía creando fuentes de trabajo por medio de las artesanías y actuando como una verdadera empresaria. También realizó tapices que fueron premiados en el Salón Municipal (1972) y en el Nacional (1984) y seleccionados para una exposición en Suiza. Mi madre además de su trayectoria como pintora, titiritera y escritora (premio Emecé 1961), se recibió de perito grafóloga y realizó trabajos de arquitectura sin título alguno.
Hoy las cosas han cambiado y la mujer está en condiciones de elegir su vida, de estudiar, de trabajar, de tener su independencia económica. Pero también existe una saturación de medios técnicos sofisticados que la abruman y le exigen cumplir con múltiples requisitos: debe ser buena profesional, buena esposa, buena madre, mujer perfecta física e intelectualmente, eficiente y atractiva, deberá agotarse en el gimnasio, someterse a cirugías, a liposucciones o a la implantación de siliconas.
Un regreso a lo sencillo, a lo natural, podría salvarnos. En este mundo en constante transición es posible generar nuevos valores que se apoyen en el pasado. Es por eso que intento reflexionar, con una metáfora no exenta de ironía, sobre las bondades de las cosas artesanales, el hilo, la aguja, la costura … Y es por eso que se me ocurrió ofrecer a mis amigos del taller la posibilidad de bordar y coser en la larga tela que se encuentra todavía inconclusa, y como suele suceder en los trabajos grupales, el intercambio resultó sumamente enriquecedor. Ahora me gustaría que el público que nos visita colabore participando en la continuación de la obra.
El trabajo en equipo propicia la comunicación, la construcción de puentes … La tela que se despliega desde el bastidor propone ser intervenida.
Estela Pereda